Muchos de ustedes tendrán en mente - aunque más no sea por solo haber visto una imagen o haberla escuchado nombrar - la película "Roman Holiday".
En ella, la adorable Audrey Hepburn interpreta a Anna (no, no los estoy jodiendo, el nombre es Ana), una princesa en tour oficial por las capitales europeas que una noche se escapa de sus obligaciones protocolares porque quiere vivir fuera de la burbuja de palacio, experimentando la vida sin agendas, siguiendo al menos por un día solo sus deseos. Es entonces cuando entra en escena Joe Bradley, un periodista norteamericano interpretado por un Gregory Peck desplegando todo su charming self; un seductor adorable, bah, de esos que son todo un peligro y con quien Anna pasa un día maravilloso, inolvidable, 100% hedonista en Roma, cliché del paseo en vespa incluído y todo.
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Anna y Joe de paseo por Roma en Roman Holiday |
Hago referencia a esto por acá porque, aunque lejos estoy yo de tener sangre real, y aunque no me anduve paseando por las ciudades italianas vestida divinamente por Edith Head como Audrey (aunque ya veremos que mi humilde vestimenta también causó su impresión), yo también tuve - pero en una ciudad de la Liguria - mi día maravilloso, inolvidable, 100% hedonista de romance a la italiana, cliché del paseo en vespa incluído, y todo.
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Audrey, vestida por Edith Head para su Roman Holiday. |
Hecho el spoiler, rebobinemos.
Luego de dejar Cinque Terre y mi hostel en Biassa visité Portofino, como les conté por
acá. Pero como también les conté en ese post, no me estaba quedando por ahí, zona extremadamente cara y fuera de mi alcance, sino que encontré una "stanza privata" en una casa en Rapallo, una comuna genovesa sobre el mar de poco más de 30.000 habitantes (lugar éste, al igual que Santa Margherita Ligure, en el que veranean bastante los italianos porque no son los destinos más mainstream que buscan los turistas internacionales).
La casa en cuestión era la de Luca, un italiano que tiene un centro de buceo y de excursiones que te acercan a Portofino por vía marina, excursión de la que yo había tenido que desistir porque tres meses de viaje hacen que una tenga que cuidar el presupuesto (sobre todo cuando pensás dedicarle mucho de ese presupuesto a la comida, porque Italia, queridos!). Sin embargo, para mi grata sorpresa, ese lunes mientras desayunaba con la idea de más tarde recorrer un poco Rapallo, Luca me invitó a unirme a la salida en el barquito de esa mañana y a bucear si lo deseaba.
No, no se adelanten, Luca no es mi galán italiano.
Desayunando con nosotros también estaba Kelly, la novia colombiana de Luca quien se ganó la misión de hacerme llegar al lugar de donde partía el barquito en exactamente una hora, ya que Luca salía en ese instante y yo por supuesto no estaba lista.
Si los italianos tuvieran una puntualidad inglesa hubiera llegado tarde. Por suerte son de los míos (o yo soy de los suyos). La cuestión es que llegué casi corriendo cuando todos los equipos y los pasajeros estaban ya a bordo. Todos menos uno de los buzos, que mientras yo corría los últimos metros me obligó a notarlo ahí parado, con un pie en el barco y otro en el muelle vociferando un "DAI DAI BELLA!".
Y, my friends, claro que lo noté. Por supuesto que, incluso en medio del apuro por llegar, lo noté.
Yes, spoiler alert, este sí era mi galán italiano.
Subí al barquito, pedí las disculpas de rigor - que nadie pareció necesitar, todo eran risas y saludos, oh, Italia... - y el conductor del bote me ayudó con las patas de rana y me alcanzó un snorkel. Lamentablemente no iba a poder bucear porque mi respiración no estaba del todo bien gracias al resfrío/gripe que les conté por
acá, y cuando buceás respirás únicamente por la boca - cuestión complicada si, por ejemplo, te sobreviene un ataque de tos, no? -. La verdad fue algo que lamenté, porque la única vez que pude hacer buceo me encantó. De todas maneras, acceder a la marina de Portofino desde el agua, ver la Abadía de San Fruttuoso (a la que solo se puede llegar por mar, o caminando 14,5 km), y sumergirme para ver Il Cristo degli abissi (El Cristo del abismo, una estatua que fue sumergida a 17 metros de profundidad en honor a Dario Gonzatti, un buzo fallecido en 1950 en ese mismo lugar) eran definitivamente planazos.
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La Abadía de San Fruttuoso desde nuestra embarcación |
Asi que allá partimos hacia el pedacito de mar en el que varios de los pasajeros iban a bucear, y el resto solo nadaríamos o nos sumergiríamos a ver pececitos en un lugar del mar de Liguria completamente desierto y cerca de un acantilado. El pasaje (además de quien les habla) estaba compuesto por una pareja de franceses de unos 50 y tantos, un señor alemán, otro italiano, y una periodista alemana también en sus 50s, Rita - poseedora de uno de los mejores trabajos del mundo: escribir guías de viaje para las cuales debe hacer research in situ, que era justo lo que estaba haciendo con este trip de buceo -, y tres buzos profesionales que guiarían al resto.
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Llegando a nuestro pedacito de mar |
Desde que partimos il ragazzo no paró nunca de buscar cierta atención y de, sutilmente, hacerse notar. No es que le costara tanto, tampoco... o tal vez no me costaba notarlo a mi, dado que portaba muchas de las características que suelen ser mi kriptonita: era bello, morocho, con ojos bien intensos (verdes ellos), hermosa voz, inquieto, espíritu libre (viviendo algunos meses por acá, otros por allá, de acuerdo a dónde lo lleve su trabajo con el mar), aficionado a la música (el bajo era su instrumento de elección, estúpidos y sensuales músicos!), muy italiano, muy hablador... en síntesis, muy seductor; esos que son un problema cuando de largos plazos se trata, pero que son una delicia si hablamos de un día en el paraíso. Sobre todo si, además de buscarla, te prestan enormes cantidades de atención, y si cada frase que te dicen termina en un casi musical y cantado "bella".
Cuando llegamos al lugar buscado, los buzos y sus aficionados se internaron en las profundidades, mientras las dos que quedábamos y el conductor nos dedicábamos un poco más a la superficie.
La experiencia de nadar tan alejada de la costa en ese mar hermoso fue increíble.
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Mi pedacito de mar de Liguria |
Sumergirme después, y ver esto, un flash.
(Aunque esta foto no es mía, y yo no lo vi tan de cerca porque no llegué a tanta profundidad. Creo igual que me gustó más esa cosa de verlo un tanto fantasmal a causa de la mayor distancia...)
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Il Cristo degli Abissi, sumergido a 17 mts de profundidad. |
Y todo esto entre vueltas a cubierta y charlas con Rita, una mujer con una vida super interesante, con quien quedamos en almorzar juntas cuando el trip en el mar terminara.
Una vez que el resto del grupo salió de los dominios de Neptuno, hicimos un paseo por la marina de Portofino, y luego emprendimos la vuelta.
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Marina de Portofino |
Así que cuando llegamos a la costa, nos despedimos de todos, y pedimos una recomendación sobre a dónde ir a comer. Mi buzo nos dijo que conocía "EL" lugar, "buenísimas pastas típicas de la Liguria, buen vino y para nada caro", y nos dijo que como ya no tenía que seguir trabajando le gustaría unirse a nosotras, si no teníamos inconveniente. Rita aceptó encantada porque podía seguir preguntándole cosas para su guía, yo acepté encantada porque... ¿necesito decirlo?
Nuestro guía local personal nos llevó entonces a una trattoría pequeña, escondida en una callecita de las que Italia tiene miles, y almorzamos acompañados de un vino blanco que seguramente estaba hecho por elfos, mientras conversábamos los tres sin parar (Acá considero necesario detenerme a decir que el idioma que usábamos era el inglés, y que escuchar a un italiano hablando inglés con acento puede llegar a ser más embriagador que el vino hecho por elfos).
Cuando el almuerzo terminó fuimos a por un gelatto, y luego nos empezamos a despedir. Rita tenía que terminar de escribir un artículo, pero nos propuso encontrarnos más tarde para el aperitivo (ah, "l´aperitivo"... amor todo para con esa costumbre italiana), con la excusa de seguir con la investigación para su guía turística del noroeste de Italia. Nos saludamos entonces con un "A dopo", y ni bien ella dió vuelta la esquina y salió de nuestro campo de visión, Gabriele (pues ya es hora de que le pongamos un nombre a mi ragazzo italiano) me agarró de la cintura y me dió un beso que probablemente sea de los más novelescos que alguna vez me han dado. Por supuesto respondí a ese beso, y cuando finalmente nos soltamos no pude más que reírme y decir "Bueno, realmente tenías ganas de hacer esto" porque la verdad es que me besó a la milésima de segundo de habernos quedado solos. Y él me respondió "Si, quería hacer esto desde que te vi llegar corriendo con tu "little black dress". Asi que ya ven, no será diseñado por Edith Head, pero parece que mi outfit también causó una cierta impresión.
Me preguntó entonces si tenía planes para esa tarde, le dije que no, y me dijo que si quería podía mostrarme un poco de Rapallo y Santa Margherita Ligure desde lugares a los que no todo el mundo iba, y que podíamos después ir un rato a la playa hasta la hora del aperitivo.
Me pidió que lo espere mientras iba a buscar un casco para mi a su casa, y apenas tuve tiempo para sonreirle al mar pensando en lo increíblemente inesperado y casi movie-like que se estaba volviendo ese día, que ahí estaba él, tocando la bocina de su vespa NARANJA y haciéndome señas para que me acerque y me suba.
Creo necesario comentar en este punto que no me gustan las motos, y que un poco les temo, por eso nunca me subo a una.
Bueno, casi nunca xD
Recorrimos mucho de Santa Margherita, pasamos por diversos puntos de la costa, hicimos caminos en subida (la Liguria tiene mucho de montes regados por la costa, de manera que abunda en vistas increíbles), todas cosas que seguramente por mi misma no hubiera tenido oportunidad de ver.
Llegado cierto punto en el camino paró la vespa, se bajó y me dijo que conocía un lugar con unas vistas increíbles del mar, pero que ya no podíamos avanzar más en moto, que teníamos que subir a pie por unos senderos en el medio del monte.
Bueno...cómo explicarles? Encima me sale con esto...
A esta altura creo que ya estaba temporariamente enamorada; no me importó ni mi "little black dress", ni mis sandalias ojotas, todo muy poco apto para el camino, que ya estaba lista para la subida mientras él le ponía candado a su cliché italiano y la dejaba ahí tirada y escondida atrás de un par de árboles.
En unos 20 minutos alcanzamos el lugar que quería mostrarme. Era una roca bastante grande que sobresalía un poco del monte, desde dónde todo lo que veías era el mar encerrado entre otras colinas, y partes de ese monte en el que estábamos parados ahora; un enorme escenario de azules mediterráneos y miles de tonos de verdes en el medio del cual estábamos nada más él y yo.
Quisiera poder evitar la cursilería, pero supongo que siguiendo esto y haciéndose una imagen en la cabeza de lo que en ese momento yo estaba viendo, sabrán de antemano que mucho no me va a salir...
Después de un momento que por un lado pareció eterno y por otro fue brevísimo porque esa vista era casi un imán, mi ragazzo italiano me besó de nuevo. Me besó de nuevo por un largo rato. Tan largo que nunca llegamos a la playa cuando finalmente logramos bajar de ese lugar.
Fast Forward hasta el momento del aperitivo porque estamos en horario de protección al menor. Difícil fue despegarse cuando en mi teléfono apareció un mensaje de Rita, preguntándonos dónde nos encontrábamos para nuestra pactada cita.
Rato más tarde los 3+1 (porque estando ahí sentados se nos unió un norteamericano que vivía en Amsterdam y que estaba en Santa Margherita de vacaciones por 4 días), estábamos ubicados frente al Golfo del Tigullio con una hermosa "vista sul mare", tomando uno de los mejores aperitivos ever a un precio ridículo porque, claro, mi ragazzo también era de los que conocen a la gente que hay que conocer, por ende las delicias mediterráneas y los gin&tonic y los vasos de vino blanco no paraban de arribar de la mano del bartender que también compartió un rato y una bebida con nosotros.
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Nuestro spot del aperitivo en Santa Margherita Ligure |
Pero, todo lo bueno termina pronto, y pronto justamente se hicieron las 22 hs, y yo tenía que ir a hacer mi bolso, porque al otro día dejaba la Liguria rumbo a Milán nuevamente, así que con la noche ya sobre nosotros y con pesar, nos empezamos a despedir. Rita nos saludó como si nos conociéramos de toda la vida, y medio al oído me dijo que esperaba que mi aventura europea se extendiera y me llevara para Alemania, que ahí me esperaba con los brazos abiertos y un lugar en su casa.
Gabriele tardó un poco más en decir "Arrivederci" porque se ofreció a llevarme a la casa de Luca. Pocos minutos después nos despedíamos junto a la puerta con muchos más de esos besos de los que tantos (pero siempre pocos) ya habíamos tenido.
Acá es donde en letras de molde quedaría hermoso un "The End".
Pero, según parece no todo lo bueno termina (demasiado) pronto, porque 20 minutos después de dejarme en la puerta, mi bello ragazzo me escribía preguntándome qué estaba haciendo, diciendo que de vuelta en su casa estaba pensando en que no podía desprenderse tan rápido de mi, que dejara el bolso para mañana, que en 10 minutos me pasaba a buscar.
Pasado el ataque de risa por pensar que estaba hablando en broma, confirmación de que no lo estaba haciendo porque un minuto después terminó diciendo "Salí para allá" - tal vez leyendo en mis respuestas que me moría de ganas de que viniera a buscarme, aunque solo hubieran pasado 20 minutos de haberme dejado - , me encontré saliendo de mi habitación, dejando todas mis cosas desparramadas sobre la cama, con el bolso a medio hacer, anunciándoles a mis anfitriones que miraban la tele en el living que volvía a salir, y que los veía para despedirme a la mañana siguiente.
El final de esta historia no hace falta contarlo.
Ahora si: